jueves, 22 de septiembre de 2011

“El advenimiento de una nueva especie humana”


La doctora cardióloga Thérése Brosse, una joven y vital octogenaria, presentó en Madrid su obra Conciencia-energía, en la que se recogen las bases científicas de una reciente y vanguardista ciencia, el holismo, que considera al hombre en su totalidad. Esta investigadora es una de las pioneras del último paradigma admitido en la ciencia actual: la existencia de una conciencia universal, de naturaleza energética, por encima de los dos niveles hasta ahora considerados como únicos constituyentes del ser humano (el psíquico y el fisiológico). Brosse habla de los descubrimientos en el campo de la microfísica como evidencia irrefutable de esta teoría. 
Pregunta. ¿Por qué se interesó en un dominio tan controvertido, considerado incluso metafísico, como el de la conciencia?
Respuesta. Todo comenzó en 1934, cuando era jefa de Cardiología Clínica en la facultad de Medicina de París, en donde realizaba registros eléctricos de anomalías del aparato circulatorio. Allí pude observar que una actividad mental simple originaba una regularización cardiovascular, mientras que si el paciente era conmovido por el miedo a no realizar una tarea más difícil, los desórdenes se acentuaban. Sabiendo que las emociones venían del diencéfalo y que el estado intelectual estaba en relación con la corteza-cerebral, era evidente que la puesta en juego, desde el punto de vista estructural evolutivo, regulaba automáticamente y, sin ningún esfuerzo otro inferior (el diencéfalo en este caso). Fue entonces cuando me planteé si no habría un tercer nivel que regulase al intelectual o mental y, por ende, al resto. Esta inquietud fue parcialmente calmada cuando, en tres misiones científicas a la India, efectué registros en los yoguis Y aprecié que ellos trascendían de la dualidad psicosomática: había, pues, un tercer nivel, puramente energético, conocido no sólo hace 7.000 años por los vedas, sino también por los físicos. La conciencia pasó a ser, a partir de ese momento, objeto de mis investigaciones.
“La conciencia es uvacío cuántico”
P. ¿Quiere decir que la física tiene puntos en común con la filosofía oriental?
R. Efectivamente. La conciencia no es más que un vacío cuántico. El físico suizo Lawrence Domash, por ejemplo, afirma que la conciencia pura es la última esencia del universo, comprendido el universo físico. En realidad, la evolución de la ciencia ha descubierto la conciencia gracias a sus experimentos sobre la materia: los resultados de la física cuántica, relativa a ondas y partículas, es exactamente lo mismo que experimentan los místicos en su vida interior. La investigación sobre la naturaleza de partículas menores a los cuantas, descubiertos por Planck, presuponen divisiones cada vez mayores, hasta llegar al dominio de lo universal. En este sentido, el físico Stephan Lupasco ha definido un sistema energético microfísico, que se encuentra en todos los demás sistemas, en todas partes, jugando un papel de catalizador y de, origen mismo del resto de los niveles. Si a ello se añade el hecho de que el estado cuántico de la materia es también tributario de la conciencia del observador, que todo en el mundo es energía y la equivalencia entre materia y energía (ya postulada por Einstein), nos encontramos con un nivel energético supremo y universal. La conciencia, así, ha sido expresada en el lenguaje de las matemáticas como un operador y, en términos cuánticos, como una función de onda. Para la tradición oriental tántrica, en cambio, es una fuerza eterna, que se expresa tanto en el hombre como en el universo; una energía consciente, ya que la conciencia es energía.
P. Pero si la conciencia es energía y es universal, ¿dónde se localiza en el ser humano?
R. El neurofisiólogo, norteamericano Pribran, de la Universidad de Stanfórd, investigando sobre la localización de la memoria en el cerebro, descubrió que no la había, sino que se trataba de una serie de ruedas energéticas, entremezcladas entre sí, portadoras de la información general, que se encontraban en el cerebro, en un campo energético que no tenía límites. Así, llegó a la conclusión de que la conciencia es un holograma, o sea, un dominio o un campo de potenciación y de frecuencia, que está por debajo de un universo concreto. Curiosamente, un premio Nobel de Física, el británico David Bhon, afirma que también universo es holográfico y que origina una serie de imágenes concretas a través de fluctuaciones energéticas. La unión de ambas concepciones holográficas implica, pues, todas las posibilidades energéticas. Por tanto, no importa la localización orgánica de la conciencia, ya que, al tratarse de un holograma, todos los puntos contienen información de la totalidad: lanzando un rayo láser a un punto determinado del cerebro se encuentra información completa.
“El cuerpo contiene todos los niveles de conciencia”
P. ¿Qué papel juega el cuerpo en dichas manifestaciones energéticas y en el cosmos?
R. El papel del cuerpo es muy importante para el conocimiento de uno mismo, ya que él contiene la totalidad energética de todos los niveles de conciencia que, estando integrados, repercuten los unos sobre los otros: el sistema macrofísico, con los elementos constitutivos de nuestra materia; el sistema biológico de nuestro dinamismo vivo; el sistema psíquico de nuestras emociones y de nuestro intelecto y, por encima de todo, el sistema microfísico de nuestra universalidad y nuestras potencialidades evolutivas (la conciencia). Así, el despertar de la conciencia corporal entre los terapeutas de vanguardia es capital para nuestro período crucial de mutación, en el curso de la cual el descenso en nosotros de la energía cósmica bajo su forma supramental necesitará una transmutación biológica, que será la base de una nueva especie, cuyo cuerpo tendrá capacidad para expresar y sentir su unidad con el cosmos y todos los seres que encierra. Algunos yoguis, por ejemplo, han llegado ya a ello: son capaces, mediante determinadas técnicas, de ir desligando la conciencia nivel por nivel, hasta reintegrarla en lo un¡versal y lo absoluto; son capaces de impedir las fluctuaciones mentales, y así la conciencia se encuentra en el estado propio (los fenómenos paranormales que ello conlleva no son nada del otro mundo). Este desligamiento, de los principios energéticos está de acuerdo con los descubrimientos científicos acerca de la cronaxis de subordinación en el sistema nervioso, donde cada nivel superior regulariza el inferior.
P. Al parecer, la energía biológica se expresa mediante vibraciones. Usted parte de “vibraciones generalizadas” como una manifestación óptima; ¿quiere decir que hay pasos sucesivos, zonas que liberar?
R. Exactamente. La materia es un ritmo; la sustancia (sólida, líquida o gaseosa) es una frecuencia, y la energía vibratoria es la energía de la existencia. Nuestra energía biológica se expresa mediante vibraciones rítmicas, que es posible recoger experimentalmente sobre la superficie del cuerpo, sobre todo en ciertas zonas. Estas modulaciones, que se han denominado ondas periódicas lentas,varían su morfología según el nivel de conciencia del cual emanan, ya que los niveles son jerárquicos: su ritmo es tanto más lento cuanto más elevado es el nivel.
P. ¿Qué trascendencia pueden tener sus investigaciones para las generaciones futuras?
R. Debido al hecho de la estrategia evolutiva de la filogénesis, así como de la ontogénesis, las generaciones nacen con una conciencia cuyo potencial de comprensión es superior al de la precedente; tanto más cuanto su medio social ya es más evolucionado, gracias, sobre todo, a que los métodos pedagógicos han sido liberados de una gran parte de los antiguos tabúes y que el cuerpo de sus progenitores habrá sufrido una transformación vibratoria favorable. Hoy día, que tendemos espontáneamente hacia lo universal, se hace posible, incluso deseable, retornar personalmente al sí mismo que está en nosotros para participar del trabajo en curso. Nuestra época evolutiva en Occidente tiene sed de universalidad. Esto es la consecuencia de un cambio evolutivo natural, del cual me siento partícipe, junto con otros muchos, científicos o no.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Los hallazgos sobre el cerebro podrían suponer "la cuarta humillación humana"


La revolución neurocientífica modificará los conceptos del yo y de la realidad


Los hallazgos sobre el cerebro podrían suponer “la cuarta humillación humana”, afirma el neurocientífico Francisco J. Rubia

El pasado 10 de septiembre, el neurocientífico Francisco J. Rubia, Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, dictó la siguiente conferencia, dentro del marco del 43º Congreso de la European Brain and Behaviour Society de Sevilla, sobre los últimos avances de la neurociencia. Según Rubia, los hallazgos realizados en este campo en los últimos años han sido múltiples y podrían producir lo que él denomina “la cuarta humillación humana”, tras el final del geocentrismo, la aparición de la teoría de la evolución y el descubrimiento del inconsciente. Estos hallazgos llevarían, de hecho, a cuestionarse conceptos tan fundamentales para nuestra cosmovisión como la naturaleza de la realidad o del yo o la existencia del libre albedrío. Por Francisco J. Rubia.


Francisco J. Rubia.
Francisco J. Rubia.
Se ha dicho que la humanidad ha pasado por tres revoluciones sociales que han supuesto un avance considerable.
La primera, la revolución agrícola hace unos 10.000 años, cuando el hombre se asienta y comienza a labrar la tierra produciendo alimentos y creando las ciudades. La segunda, la revolución industrial hace unos 250 años, con la invención de la máquina de vapor y la producción de mercancías y la extensión de los mercados.
Y en nuestro tiempo, la tercera revolución debida a la creación del microchip, que dio lugar a la sociedad de la información con un intercambio de conocimientos antes desconocido.
Algunos autores consideran que la cuarta revolución será la revolución neurocientífica, que ya está invadiendo numerosas disciplinas y creando nuevas, colocando el prefijo “neuro” ante disciplinas tradicionales.
Así, hoy se habla de neuroeconomía, neuromarketing, neurofilosofía, neuroética, neuroeducación, neuropolítica y un largo etcétera. Todas estas nuevas disciplinas pretenden aplicar los nuevos conocimientos de la neurociencia a sus materias, esperando que esta aportación sirva para darles un nuevo impulso y desarrollo.
La revolución y sus efectos
Es un hecho que la declaración de la década del cerebro por el Congreso de los Estados Unidos, alentada por la Library of the Congress y por el NIH en los años noventa del siglo pasado, supuso una fuerte inyección, sobre todo económica, para las investigaciones neurocientíficas. Desde la neurobiología molecular hasta las técnicas modernas de imagen cerebral, los estudios tanto básicos como clínicos se multiplicaron, y desde entonces se han acumulado muchos conocimientos que ahora esas nuevas disciplinas pretenden aplicar.
A mi modo de entender, cuando se habla de revolución neurocientífica habría que diferenciar entre una revolución objetiva que se traduce en esos nuevos conocimientos y sus aplicaciones, y una revolución subjetiva de la que hablaremos luego y que, a mi juicio, es mucho más trascendente que la revolución objetiva.
Dentro de la revolución objetiva habría que mencionar la utilización cada vez más frecuente de las técnicas de imagen cerebral, o técnicas de neuroimagen, no sólo en el estudio de enfermedades, sino también del ser humano normal y sano, ya que son técnicas no invasivas que pueden aplicarse sin intervención cruenta alguna.
En el sistema judicial, por ejemplo, se están aplicando cada vez más esas técnicas que van a sustituir pronto a los polígrafos detectores de mentiras del pasado, ya que la exactitud de sus resultados supera a la de los detectores tradicionales, con la esperanza de que pronto será imposible engañar a los jueces y fiscales.
El presidente de la Fundación MacArthur de Estados Unidos, Jonathan Fanton, dice que la neurociencia puede tener un impacto sobre el sistema legal tan dramático como los test de ADN. Esta fundación invirtió 10 millones de dólares en 2007 en varias universidades, para entender cómo la neurotecnología impactaría sobre los sistemas legales en todo el mundo.
Y el neurocientífico Michael Gazzaniga, de la Universidad de California en Santa Barbara, afirma que pruebas neurocientíficas ya se han utilizado para persuadir a jurados a decidir sentencias, y que los tribunales han admitido los resultados del uso de técnicas de imagen cerebral durante juicios para apoyar peticiones que justificaban actos criminales basándose en la demencia de los implicados.
Neuroarmas y neurosociedad
Recientemente, en Estados Unidos se han invertido millones de dólares en universidades para investigaciones neurotecnológicas. El MIT, por ejemplo, recibió 350 millones de dólares para el Instituto McGovern de investigación cerebral y, en la última década, el National Institute of Health dobló su presupuesto, alcanzando los siete mil millones de dólares para el estudio de enfermedades del sistema nervioso.
Por otro lado, tanto empresas privadas como agencias de inteligencia están invirtiendo mucho dinero en ese intento de aplicación de los conocimientos generados en neurociencia para utilizarlos en su beneficio. El estudio, por ejemplo, de la base neurobiológica de la toma de decisiones es de suma importancia para los ejecutivos de las empresas. Y en la elaboración de los anuncios de productos y mercancías, la utilización de esos conocimientos también está adquiriendo una gran importancia.
El posible uso de los conocimientos neurocientíficos en el campo de batalla es más preocupante. Los ejércitos modernos están desarrollando ‘neuroarmas’ que pueden ir desde la eliminación de contenidos de la memoria hasta las armas neurotóxicas que pueden transformar los estados de ánimo, producir cambios psicológicos e incluso eliminar al enemigo. Recordemos lo sucedido en Chechenia el 26 de octubre del 2002, cuando las fuerzas rusas OSNAZ introdujeron un gas que mató tanto a terroristas como a rehenes en un teatro de Moscú.
Ejemplo de una imagen por resonancia en tres dimensiones. Fuente: Wikimedia Commons.
Ejemplo de una imagen por resonancia en tres dimensiones. Fuente: Wikimedia Commons.
Aparte de sus aplicaciones médicas, la neurotecnología está invadiendo otros terrenos, como las finanzas, la mercadotecnia, la religión, la guerra o el arte. Estamos entrando en lo que Zack Lynch ha llamado ‘la neurosociedad’.
Aún queda por conocer lo más importante
Aunque durante mucho tiempo el descubrimiento del genoma humano ha centrado la atención del público creando numerosas expectativas futuras, la neurociencia ha ido avanzando y despertando asimismo la impresión de que se avecinan importantes descubrimientos. Las técnicas de neuroimagen, los psicofármacos, las interfases entre el cerebro y las máquinas, las técnicas de estimulación cerebral, los implantes de células troncales en el cerebro o las posibilidades que se abren con la terapia génica están hoy en todos los medios de comunicación.
En algunos casos, las técnicas de neuroimagen han podido detectar idearios racistas, diferenciar contenidos falsos y verdaderos de la memoria o el contenido de algunos pensamientos. Aunque estos datos son aún muy preliminares, sin embargo ya nos están indicando por dónde se orientarán los próximos hallazgos en este campo cuando mejore la resolución espacial y temporal de las técnicas que hoy se utilizan.
A pesar de todos estos avances, no podemos olvidar lo que aún falta por saber. Hace ya siete años, once conocidos neurocientíficos alemanes publicaron un Manifiesto sobre el presente y el futuro de la investigación cerebral. En él hablaban de tres niveles distintos: El nivel superior que explica la función de grandes áreas cerebrales; el nivel medio que describe lo que ocurre en las asociaciones de cientos o miles de células nerviosas en el cerebro; y el nivel inferior que abarca los procesos a nivel celular y molecular. Según estos neurocientíficos hemos avanzado significativamente en los niveles superior e inferior, pero no en el nivel medio, cuando precisamente son las asociaciones o redes neuronales la base de los procesos mentales.
Con qué reglas trabaja el cerebro; cómo refleja así el mundo, de manera que la percepción inmediata y la experiencia pasada se fundan; cómo la acción interna se vive como su acción y cómo planifica las acciones futuras, todo esto seguimos sin entenderlo más que en sus comienzos. Tampoco está claro, dicen los neurocientíficos alemanes, cómo podríamos investigarlo con los medios de que disponemos hoy.
Aparte de esto, queda por conocer lo más importante: cómo se pasa de las descargas neuronales a la consciencia; con otras palabras, cómo es el paso de lo objetivo a lo subjetivo, algo que se considera por muchos autores el problema más difícil en neurociencia. Es el antiguo enigma de la relación cerebro-mente.
Pero todo esto, como dije anteriormente, pertenece a lo que podíamos llamar la revolución neurocientífica objetiva, mientras que lo que, a mi juicio, es más relevante es lo que denomino revolución neurocientífica subjetiva, de la que trataremos a continuación.
Una cuarta humillación
Y digo que la revolución neurocientífica subjetiva es más relevante porque va a modificar de manera considerable la opinión que tenemos sobre el mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos. El título de esta conferencia me vino a la mente cuando releí una pequeña obra de Sigmund Freud, el gran psicólogo vienés, titulada “Una dificultad del psicoanálisis”, en la que Freud hizo la reflexión de que el ser humano había sufrido a lo largo de la historia tres humillaciones importantes en su amor propio.
La primera, la de Nicolás Copérnico en el siglo XVI, que había acabado con el geocentrismo, es decir, con la idea de que la tierra era el centro del universo y de la creación. La tierra no era más que un planeta, y no de los más importantes, del sol. Hoy esta idea no sólo está confirmada, sino que sabemos que el sol no es más que uno de los millones de soles que componen una de las muchas galaxias que existen, por lo que la importancia de la Tierra ha ido disminuyendo a pasos agigantados.
Charles Darwin. Fuente: Wikimedia Commons.
Charles Darwin. Fuente: Wikimedia Commons.
La segunda humillación provino del biólogo inglés Charles Darwin en el siglo XIX, con su teoría de la evolución, que hoy nadie pone en duda excepto algunos grupúsculos cristianos creacionistas en Estados Unidos. Aunque después de más de 150 años todavía hay personas que no han asumido lo que ella significa, o sea nuestra procedencia de animales que nos han precedido en la evolución. Esto significó sin duda un gran golpe a la idea de que éramos la perla de la creación divina, que habíamos sido creados de golpe por un soplo de la divinidad, como se dice en el Génesis. Con ello, la explicación de la Biblia pasó a ser lo que es: un mito o leyenda como muchas otras.
Para Freud, la tercera humillación vendría dada por su descubrimiento, que no fue tal, del inconsciente. El inconsciente ya había sido descrito a lo largo del siglo XIX por varios médicos naturalistas románticos alemanes, pero Freud hizo de él el centro de sus estudios y le dio una importancia que otros no le habían dado. El resultado de esos estudios fue saber que la consciencia era sólo la punta de un iceberg, y que debajo del agua se encontraba una inmensa mayoría de funciones que, a pesar de ser inconscientes, gobernaban y dirigían la conducta humana. La tercera humillación, pues, era que el ser humano no era ni siquiera dueño de muchos de sus actos. Hoy se calcula que de todas las operaciones que el cerebro realiza, sólo una ínfima parte, un uno o dos por ciento, es consciente; el resto se lleva a cabo sin que sepamos que se está realizando. Con otras palabras: probablemente Freud se quedó corto.
A mi entender, nos aguarda una cuarta humillación, de la que hoy sólo vislumbramos su comienzo: la revolución neurocientífica que está poniendo en entredicho convicciones tan firmes como la existencia del yo, la realidad exterior o la voluntad libre.
Temas todos estos que tradicionalmente no han sido objeto de estudio por parte de las ciencias naturales, convencidos como estábamos que eran objeto de la teología, la filosofía o, como mucho, de la psicología. Pero que hoy sí que se cuentan entre los objetos de estudio de la neurociencia para darnos a entender que hemos estado equivocados hasta ahora cuando dábamos carta de naturaleza a determinados conceptos que muy posiblemente eran y siguen siendo fruto de nuestros deseos.
El ser humano no tiene, por ejemplo, ningún motivo para pensar en la continuidad de su persona, de su yo, que considera que es el mismo desde la cuna a la tumba, sabiendo que nada ni en su cuerpo ni en su alrededor tiene permanencia. Y, sin embargo, ¿quién nos va a convencer de que no existe ese yo que subjetivamente está tan presente como la propia realidad exterior?
Los órganos de los sentidos nos han engañado desde siempre y lo sabemos, como ya lo sabían los filósofos griegos de la naturaleza de las colonias jónicas en Asia Menor. La neurociencia moderna nos dice que ni los colores ni los olores, ni los gustos ni los sonidos existen en la naturaleza, sino que son creaciones del cerebro. Sin embargo, ¿quién no está convencido de que esas ‘proyecciones’ del cerebro no son tales y que las cualidades de los órganos de los sentidos son parte de la realidad que percibimos?
No obstante, ya en el pasado Descartes, por ejemplo, en el siglo XVII había dicho que las cualidades secundarias de las cosas, colores, sonidos, gustos, olores, etc., no existían fuera de nosotros, sino en nosotros como sujetos sintientes. Y el filósofo napolitano del siglo XVIII Giambattista Vico escribía en su libro “La antiquísima sabiduría de los italianos”: “Si los sentidos son capacidades activas, de ahí se deduce que nosotros creamos los colores al ver, los gustos al gustar y los tonos al oír, así como el frío y el calor al tocar”.
Revisión del concepto de realidad
El filósofo inglés Charli Broad decía que el cerebro es como una válvula reductora que filtraba el inmenso caudal de datos que fluía desde los órganos de los sentidos al cerebro. Además, los propios órganos de los sentidos perciben sólo una pequeña parte de la realidad. Por eso, desde el punto de vista neurofisiológico, llamar realidad a lo que percibimos es completamente inadecuado y sin sentido.
Y el filósofo irlandés George Berkeley decía que sólo conocemos lo que percibimos, de manera que sus contemporáneos discutieron si cuando caía un árbol en el bosque y nadie estuviera presente para escucharlo haría algún ruido o no. Por lo que hoy sabemos, indudablemente no habría ningún ruido, ya que el sonido no es ninguna cualidad de la realidad absoluta, sino sólo de la nuestra.
La conclusión que podemos sacar de todo esto es que cuando hablamos de materia, del mundo material, parece que nos estamos refiriendo a una realidad subyacente, cuando de hecho nos referimos en gran parte a imágenes de nuestra mente.
En uno de los escritos filosóficos hindúes, el llamado Ashtavakra Gita se dice: “El mundo que de mí ha emanado, en mí se resuelve como la vasija en el barro, la ola en el océano y el brazalete de oro en el oro de que está compuesto”. Como es sabido, en los Vedas hindúes el mundo, así como el yo, son considerados maya, esto es, ilusión. Y los Vedas se remontan a unos 2.000 años antes de nuestra era.
En el Libro tibetano de la Gran Liberación, también llamado Bardo Thodol, encontramos la frase siguiente: “La materia se deriva de la mente o consciencia y no la mente o consciencia de la materia”.
Por cierto, en física cuántica se conoce que el acto de observar un fenómeno afecta a lo que se está observando, algo similar a lo que sabemos que hace el cerebro durante la percepción.
Uno de los escritores llamados constructivistas, Heinz von Foerster dice: “Objetividad es el delirio de un sujeto que piensa que observar se puede hacer sin él”. Este mismo autor llama la atención sobre el hecho de que tenemos unos cien millones de receptores sensoriales frente a unos diez billones de sinapsis en nuestro sistema nervioso, lo que interpreta como que somos 100.000 veces más receptivos a lo que ocurre dentro de nuestro cerebro que a las informaciones procedentes de los órganos de los sentidos.
El descubridor de la dietilamida del ácido lisérgico, LSD, Albert Hoffmann, fallecido hace sólo tres años a la edad de 102 años, decía: “Reconocí que todo mi mundo se basaba en mis vivencias subjetivas, que estaba dentro de mí y no fuera”.
El yo como cualidad emergente
Se han planteado tres argumentos a favor de que el yo es una construcción cerebral. En primer lugar, su ontogenia, o sea cuándo surge ese concepto en el desarrollo del ser humano. Al parecer, el niño no nace con ese concepto del yo, sino que se encuentra en la primera fase de su vida en un estado indiferenciado de fusión con el mundo, es decir, sin autoconsciencia. Es a partir de los dos años y medio o tres cuando surge esa impresión subjetiva de un yo propio que se diferencia del resto de la realidad y se enfrenta a ella. No deja de ser curioso que hablemos del yo y del mundo cuando ese yo es parte también de ese mundo.
En antropología se sabe que en comunidades humanas más primitivas se tenía una concepción de la persona o del yo esencialmente sociocéntrica, o sea ligada a la pertenencia al clan o a la tribu y, desde luego, mucho menos individualista que en nuestra cultura occidental. Algunos antropólogos consideran que el yo individualizado no es una idea innata, sino una noción que ha tenido un desarrollo histórico.
Entre los indios ojiwba, por ejemplo, una tribu de los algonquinos que todavía existe en algunas reservas, principalmente en Minnesota en Estados Unidos, el concepto que estos indios tenían de sí mismos no tenía nada que ver con el concepto occidental. No diferenciaban bien entre mito y realidad, entre ensueño y vigilia o entre humanos y animales.
El antropólogo Brian Morris es de la opinión que el yo en esencia es una abstracción y que se refiere más a un proceso que a una entidad. Mientras que el pensamiento occidental tiene un concepto del yo egocéntrico, en otras culturas este concepto es más sociocéntrico y en muchas de ellas el dualismo tradicional del yo frente al mundo está completamente difuminado.
Hay otro argumento que nos hace sospechar que el yo es una construcción cerebral. Para evitar que los ataques epilépticos que se producen en un hemisferio cerebral se propaguen al hemisferio del lado contrario por las fibras que unen ambos y que forman lo que se llama el cuerpo calloso, con doscientos millones de fibras, algunos neurocirujanos seccionaron el cuerpo calloso generando así lo que se ha llamado pacientes con cerebro dividido o escindido que fueron estudiados intensamente sobre todo en Estados Unidos.
Aparte de muchos otros fenómenos, uno de los resultados más llamativos de esta operación fue que estos pacientes tenían pensamientos independientes en cada hemisferio. El investigador que recibió en 1961 el premio Nobel por estos estudios fue el psicólogo norteamericano Roger Sperry y que decía lo siguiente: “Cada hemisferio parece tener sus sensaciones separadas y privadas, sus propios conceptos y sus propios impulsos para la acción. La evidencia sugiere que dos consciencias van en paralelo en ambos hemisferios de estas personas con cerebro escindido”.
Como vemos, Sperry aceptaba la existencia en estos sujetos de dos consciencias, una en cada hemisferio, lo que sugiere que en condiciones normales estas dos consciencias aparecen como una sola, por la predominancia de una de ellas o por la fusión de ambas.
Corte histológico del cerebelo al microscopio, dibujado por Santiago Ramón y Cajal. Fuente: Wikimedia Commons.
Corte histológico del cerebelo al microscopio, dibujado por Santiago Ramón y Cajal. Fuente: Wikimedia Commons.
En algunos pacientes esta situación creaba enormes conflictos, como, por ejemplo, que la mano izquierda, controlada por un hemisferio, cometiese un error y la mano derecha intentase corregirlo, o lo que es peor, que una mano abriese un cajón y la otra intentase cerrarlo. La conclusión de estas observaciones fue que en estos pacientes existían dos personalidades distintas, dos yos, con dos consciencias diferentes que se expresaban no sólo en las acciones, sino también en los pensamientos. Otra conclusión importante fue que la consciencia del yo tenía que estar ligada a las funciones de la corteza cerebral.
Esta división del yo en dos no es necesario que se produzca en los pacientes con hemisferios separados por el cirujano, La psiquiatría sabe hace mucho tiempo de casos de desdoblamiento de personalidad, como la que se describe en la película “Psicosis” de Hitchcock.
También se conoce un trastorno de personalidad múltiple que se atribuye a una violación incestuosa en edad temprana de estos pacientes. Se ha supuesto que el shock emocional que supone ser violado o violada por una persona de la propia familia puede conducir, según algunos autores, a una excitación tan grande de la amígdala, una región perteneciente al sistema límbico o cerebro emocional, que lleve a una inhibición por ésta de distintas partes del hipocampo, otra región relacionada con la memoria, generando así personalidades múltiples e independientes.
Se ha planteado la hipótesis de que todos nacemos con el potencial de desarrollar múltiples personalidades, y en el curso de un desarrollo normal conseguimos más o menos consolidar un sentido integrado de la personalidad. Algo de eso debe haber, pues si observamos el comportamiento, por ejemplo, de adolescentes normales cuando se encuentran con sus padres, con su novio o novia o con sus compañeros de juerga estos comportamientos son tan distintos que parece que proceden de distintas personalidades.
Resumiendo todos estos hechos podríamos decir que el yo es una entidad que desarrolla el cerebro como cualidad emergente, entidad con la que no nacemos, sino que se desarrolla a partir de la maduración de estructuras corticales y en interacción con el entorno, dependiendo, por tanto, de la cultura en la que la persona se encuentra.
¿Qué pasa con la voluntad?
Sin duda, nuestra civilización occidental ha acentuado enormemente esta cualidad del yo, generando individuos especialmente poco sensibles a los intereses colectivos. Precisamente por ser algo individual, que nos diferencia de los demás, también nos separa de ellos.
Otro dato que amenaza con minar la imagen que tenemos de nosotros mismos es el tema de la voluntad libre. Los datos de que hoy disponemos apuntan a que la libertad es una ilusión, una ficción cerebral. Nadie puede afirmar que estos datos sean definitivos, porque definitivo no hay nada en ciencia, pero son datos experimentales que nos dicen que no somos libres de tomar decisiones cuando estamos ante la posibilidad de elegir entre varias opciones. Antes de que tengamos la impresión subjetiva de voluntad, el cerebro se ha puesto en marcha de manera inconsciente.
Experimentos realizados con modernas técnicas de imagen cerebral han mostrado que esa actividad inconsciente del cerebro precede a la impresión subjetiva de voluntad nada menos que en seis segundos. Y, sin embargo, de nuevo la impresión subjetiva de libertad es tan fuerte que pensamos que la interpretación de los resultados de estos experimentos no puede ser cierta.
Se suele decir que libertad es la capacidad de hacer lo contrario de lo que realmente hacemos. Pero esto no es otra cosa, a mi entender, que tener grados de libertad, o sea una gama de opciones entre las cuales elegimos una. Estos grados de libertad son mayores mientras más desarrollado sea el cerebro, de manera que los humanos tenemos más grados de libertad que otros mamíferos y éstos más que los anfibios, etc. Pero si confundimos la libertad con los grados de libertad entonces todos los animales son libres por tener distintas opciones en su conducta. Lo decisivo no es que tengamos posibilidades de elección, sino por qué y cómo elegimos lo que elegimos y no otra posibilidad.
La ciencia nos dice que el universo está sometido a leyes deterministas, por lo que el físico Albert Einstein se preguntaba que por qué el cerebro tenía que ser una excepción y fuese la única parte de la materia del universo que fuese libre y no determinada como el resto.
Hoy en día muchos filósofos llamados compatibilistas piensan que a pesar de estar determinados como el resto del universo, los humanos somos libres siempre y cuando nuestras acciones surjan de nosotros mismos. Aquí se olvida lo que había dicho Freud de los condicionamientos inconscientes que dirigen nuestra conducta. En psicología no se dice que seamos libres si nuestra conducta está guiada por motivaciones inconscientes sobre las que el llamado yo consciente no tiene ningún control.
No deja de ser curioso el hecho de que sepamos que no tenemos ningún control consciente sobre lo que almacenamos en la memoria y, sin embargo, no nos preocupe este hecho, cuando precisamente desde el punto de vista de la supervivencia la memoria es mucho más importante que la libertad.
La falta de libertad ya había sido planteada en el pasado por el filósofo holandés Baruch Spinoza que decía que los hombres se consideraban libres porque ignoraban las causas que determinaban sus acciones.
La importancia de estos resultados es evidente. La existencia o no de libertad, libre albedrío o voluntad libre es también de enorme importancia para otras disciplinas, por ejemplo para la religión, ya que sin libertad el ser humano no es culpable de pecado, concepto clave y fundamental para las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo.
En jurisprudencia y en psiquiatría forense, el tema de la libertad es de gran relevancia, dado que de ahí se derivan los conceptos de responsabilidad, imputabilidad y castigo para los que delinquen. Pero la libertad es también importante en ética, en filosofía social y política, en la filosofía de la mente, en metafísica, en la teoría del conocimiento, en la filosofía de las leyes, en la filosofía de la ciencia y en la filosofía de la religión.
El cerebro y la espiritualidad
Otro tema que está siendo estudiado por la neurociencia es el tema de laespiritualidad. Desde que es posible provocar experimentalmente experiencias espirituales, religiosas o místicas estimulando determinadas regiones del lóbulo temporal pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional, la neurociencia ha entrado en un tema que tradicionalmente ha pertenecido a la teología. Se habla hoy, a mi entender equivocadamente, de neuroteología para referirse a la búsqueda de la espiritualidad en el cerebro. Y digo que equivocadamente, porque teología significa etimológicamente un tratado de dios, como si ya se diese por sentado su existencia, algo que la neurociencia no hace.
Pero lo realmente revolucionario, a mi juicio, es el hecho de que la materia, como el cerebro, sea capaz de producir espiritualidad. De ahí que yo al cerebro le he llamado “espiriteria”, una contracción de espíritu y materia. En cualquier caso, parece evidente que el concepto tradicional de ‘materia’ no debería ser aplicable al cerebro. Además, la separación dualista cartesiana entre espíritu y materia no tendría sentido.
Como vemos, en el pasado se consideraba inapropiado que la neurociencia se ocupase de las funciones mentales, antes llamadas funciones anímicas, o sea del alma, como lo está haciendo ahora. Hoy estamos al comienzo de un derribo sistemático de conceptos que, algunos de ellos, son pilares en los que se asienta nada menos que gran parte de nuestra cultura occidental.
De ahí que piense que se avecina una nueva humillación del ser humano, una revolución protagonizada por los resultados de la neurociencia. De nuevo, una ciencia está a punto de abrirnos los ojos a realidades que nada tienen que ver con las que hemos vivido durante siglos: éstas han sido producto de nuestro cerebro y las realidades que las sustituyan también lo serán. Pero ahora, soñar con una realidad independiente del cerebro humano será posible pero no real.
Nos llama la atención el progreso objetivo de la neurociencia, como el papel de la genética en varios trastornos mentales, los estudios de biología molecular que nos han explicado cómo determinados genes pueden llevar a producir síntomas clínicos. Admiramos los descubrimientos que muestran la producción de nuevas neuronas en el hipocampo, o los mecanismos moleculares asociados a la memoria y al aprendizaje. Hemos descubierto neuronas que son la base de la empatía, probablemente también del lenguaje y de la moralidad, como las neuronas espejo, pero los temas que he mencionado en relación con la revolución subjetiva van más allá porque van a cambiar la imagen que tenemos del mundo y de nosotros mismos. Las humanidades, junto con la neurociencia, tendrán que colaborar para diseñar una nueva imagen del ser humano que, sin duda, será distinta a la que hoy conocemos.
En suma: estamos ante una auténtica revolución de nuestras ideas: una revolución neurocientífica.
http://www.tendencias21.net/La-revolucion-neurocientifica-modificara-los-conceptos-del-yo-y-de-la-realidad_a7436.html?preaction=nl&id=1453142&idnl=96780&

¿Marcan los genes nuestro destino?


Un código “oculto” relacionado con el ADN de las plantas, ha permitido desarrollar y transmitir nuevas características biológicas mucho más rápido de lo que se pensaba, según las conclusiones de un estudio pionero, realizado por investigadores del Instituto Salk de Estudios Biológicos.
El estudio publicado en la revista Science, proporciona la primera evidencia de que el código “epigenético” organismo (una capa extra de instrucciones bioquímicas del ADN), puede evolucionar más rápido que el código genético y puede influir fuertemente en los rasgos biológicos.
Si bien el estudio estaba limitado a una sola especie de planta, llamadaArabidopsis thaliana, algo así como la rata de laboratorio del mundo vegetal, los resultados dejan entrever que los rasgos de otros organismos, incluidos los humanos, también puede estar enormemente influenciados por mecanismos biológicos que solamente ahora los científicos están empezando a comprender.

“Nuestro estudio demuestra que no todo está en los genes”, enfatizaba Joseph Ecker, profesor del Salk’s Plant Molecular and Cellular Biology Laboratory, quien dirigió el equipo de investigación. “Hemos descubierto que estas plantas tienen un código epigenético más flexible y influyente de lo que imaginábamos. Es evidente que hay un componente hereditario que no acabamos de entender. Es posible que los humanos tengamos un mecanismo epigenético, igualmente activo, que controla nuestras características biológicas y se pasa a nuestros hijos.”
Con el advenimiento de las técnicas de mapeo rápido del ADN de los organismos, los científicos han encontrado que los genes almacenados en el código de cuatro letras del ADN no siempre determinan cómo se desarrolla un organismo o responde a su entorno. La mayoría de biólogos mapean los genomas de varios organismos (su código genético completo), y la mayor parte de las veces, se descubrien discrepancias entre lo que dicta el código genético y el cómo los organismos funcionan en realidad.
De hecho, muchos de los grandes descubrimientos que llevaron a estas conclusiones se basaban en los estudios de plantas. Existen rasgos, como la forma de la flor y la pigmentación de los frutos de algunas plantas, que están bajo el control de este código epigenético. Dichos rasgos, que desafían las predicciones de la clásica genética mendeliana, también se encuentran en los mamíferos. En algunas cepas de ratones, por ejemplo, una tendencia a la obesidad puede pasar de generación en generación, pero no hay diferencia entre el código genético de los ratones gordos y los ratones delgados que explique esta diferencia de peso.
Los científicos han descubierto que incluso los gemelos humanos idénticos presentan diferentes características biológicas, a pesar de sus coincidentes secuencias de ADN. Así que ellos teorizan que, tales diferencias inexplicables, podría deberse a las variaciones epigenéticas.
“Dado que ninguno de estos patrones de variación y herencia coinciden con lo que la secuencia genética dice que debería suceder, hay un claro componente de la ‘genética’ hereditaria que falta”, apuntaba Ecker.
Ecker y otros científicos, han trazado estos patrones misteriosos con marcadores químicos que sirven como una capa de control genético en la parte superior de la secuencia de ADN. Y al igual que las mutaciones genéticas pueden surgir de manera espontánea y ser heredadas por generaciones posteriores, las mutaciones epigenéticas pueden surgir en los individuos y propagarse a la población en general.
Aunque los científicos han identificado una serie de rasgos epigenéticos, se sabía muy poco acerca de la frecuencia con que surgía de forma espontánea, de la rapidez con que podría propagarse a través de una población, y de la importante influencia que podría tener sobre el desarrollo biológico y el funcionamiento.
“La percepción de la magnitud de las variaciones epigenéticas en las plantas de generación en generación, varía mucho dentro de nuestra comunidad científica”, señaló Robert Schmitz, un investigador post-doctoral en el laboratorio de Eckers, y autor principal del artículo. “En realidad, al hacer el experimento, encontramos que en general hay muy pocos cambios entre cada generación, pero las epi-mutaciones espontáneas se dan en las poblaciones y aumenta mucho más la tasa que la de la mutación del ADN, y hay ocasiones que tienen una influencia poderosa sobre cómo se expresan ciertos genes.”
En su estudio, los investigadores de Salk y sus colaboradores, en el Instituto de Investigación Scripps, mapearon el epigenoma de una población de plantas de Arabidopsis y observaron cómo este paisaje bioquímico había cambiado después de 30 generaciones. Este mapeo consistía en el registro del estado de todos las localizaciones de la molécula de ADN que pudiera sufrir una modificación química conocido como metilación, un cambio de clave epigenético que pueden alterar la manera en que se expresan ciertos genes subyacentes. Más tarde, vio cómo dichos estados de metilación evolucionaron a lo largo de las generaciones.
Todas las plantas eran clones de un solo antepasado, por lo que sus secuencias de ADN eran esencialmente idénticas a través de las generaciones. De esta modo, cualquier cambio en la forma en que las plantas expresaban ciertos rasgos genéticos, probablemente fuese el resultado de cambios espontáneos en su código epigenético, las variaciones en la metilación de lugares del ADN, no es el resultado de las variaciones en las secuencias del ADN subyacente.
“No es posible hacer este tipo de estudios en humanos, ya que nuestro ADN se reordena en cada generación”, señaló Ecker. “Por el contrario, algunas plantas son fáciles de clonar, por lo que podemos ver la firma epigenética sin todo ese ruido genético.”
Los investigadores descubrieron que al menos unos pocos miles de sitios de metilación del ADN de las plantas fueron alterados en cada generación. Aunque esto representa una pequeña proporción, de los potencialmente seis millones de sitios de metilación que se estiman que existen en el ADN de la Arabidopsis, esto empequeñece la tasa de cambio espontáneo visto en la secuencia de ADN, en cerca de cinco órdenes de magnitud.
Esto sugiere que el código epigenético de las plantas, y, por extensión, de otros organismos, es mucho más fluido que su código genético.
Aún más sorprendente fue la extensión con la que algunos de estos cambios activan o desactivan los genes. Una serie de genes de plantas que fueron sometidos a cambios heredables en la metilación, también experimentaron alteraciones sustanciales en su expresión, que es el proceso por el cual los genes controlan la función celular a través de la producción de proteínas.
Esto significaba que no sólo el epigenoma de las plantas se transformaba rápidamente, pese a la ausencia de cualquier presión ambiental muy fuerte, sino que estos cambios podían tener una poderosa influencia en la forma de las plantas y en sus funciones.
Ecker dijo que los resultados del estudio ofrecen algunas de las primeras evidencias de que el código epigenético se puede escribir de forma rápida y con un efecto drástico. “Los que implica que los genes no marcan nuestro destino”, afirmó. “Si en algo nos parecemos a las plantas, nuestro epigenoma también puede sufrir cambios espontáneos, relativamente rápidos, que podrían tener una poderosa influencia sobre nuestros rasgos biológicos.”
Ahora queda la cuestión de hasta qué medida se producen las mutaciones epigenéticas espontáneas, los investigadores Salk planean desentrañar los mecanismos bioquímicos que permiten a estos cambios surgir y pasar de una generación a otra.
También esperan explorar cómo las diferentes condiciones ambientales, como las diferencias de temperatura, podría impulsar estos cambios epigenéticos en las plantas, o por el contrario, si los rasgos epigenéticos proporcionan a las plantas una mayor flexibilidad para hacer frente a los cambios ambientales.
“Creemos que estos eventos epigenéticos puede silenciar los genes que no son necesarios, y luego se volverlos a activar cuando las condiciones externas así lo justifiquen”, añadió Ecker. “No sabremos la importancia de estas epi-mutaciones hasta que no midamos su efecto sobre las características de las plantas, y recién ahora hemos llegado a ese punto en que podemos hacer estos experimentos. Es realmente emocionante.”
La investigación es apoyada por la National Science Foundation, los Institutos Nacionales de Salud, el Instituto Médico Howard Hughes, la Fundación Gordon y Betty Moore y la Fundación Mary K. Chapman.
  • Referencia: ScienceDaily.com, 16 septiembre 2011
  • Fuente: Instituto Salk .
  • Imagen: Herencia generacional de la metilación del ADN (Crédito: Concept/artwork/ image design: Robert Schmitz, Joseph R. Ecker, Salk Institute for Biological Studies)
  • Diario de Referencia: R. J. Schmitz, M. D. Schultz, M. G. Lewsey, R. C. O’Malley, M. A. Urich, O. Libiger, N. J. Schork, J. R. Ecker. Transgenerational Epigenetic Instability Is a Source of Novel Methylation Variants. Science, 2011; DOI: 10.1126/science.1212959 .
Traducido Pedro Donaire